
Como consecuencia de este filtrado insuficiente, se produce una acumulación de sustancias nitrogenadas en la sangre, especialmente urea y sus derivados, y una elevación de la creatinina plasmática, que es lo que se detecta en los análisis de sangre. Esta situación desemboca en lo que se conoce como uremia o síndrome urémico.
Se estima que en torno al 10% de la población padece algún grado de enfermedad renal crónica, si bien existe una mayor incidencia en la población anciana, llegando al 20-25% de los mayores de 65 años. Esto se debe, no solo al envejecimiento sino a las enfermedades que son reconocidas como causas y que son más prevalentes en este rango de edad.
Las características del síndrome de insuficiencia renal crónica son:
Una función renal reducida, debido a la disminución en el número de nefronas (unidad funcional básica del riñón).
Un deterioro funcional del riñón.
Una situación funcional estable durante semanas o meses, pero que presenta un empeoramiento progresivo.
Si la disfunción renal se mantiene, tanto si esto es debido a un fallo de la irrigación del riñón, como a una lesión de los tejidos que lo forman, se puede desarrollar una insuficiencia renal crónica. Es importante saber que la progresión de la insuficiencia renal provoca la muerte del paciente si no se suple la función renal, ya que no se eliminarían las sustancias toxicas que normalmente desecha el riñón.
Se establecen cinco fases de la enfermedad renal crónica, definidas por el filtrado glomerular, siendo el estadio final un filtrado menor de 15, suponiendo la necesidad de diálisis por ausencia casi total de cualquier funcionamiento de los riñones. Su detección precoz y, en lo posible, su prevención son de vital importancia por la cantidad de enfermedades asociadas y por los altos costes económicos y el deterioro de la calidad de vida en sus fases finales.
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